Yaxkin Melchy Ramos-Yupari

Es poeta, investigador, traductor de poesía japonesa y editor mexicano con herencia peruana y quechua. Es doctor en Humanidades por la Universidad de Tsukuba (2023) y magíster en Estudios de Asia y África con especialidad en Japón por El Colegio de México (2018). Desde 2015 se ha enfocado en la ecopoética desde una perspectiva “del corazón” basada en los diseños de relaciones de los pueblos indígenas americanos y del Este de Asia. Reside en Ibaraki, Japón.

La ciudad de Tsukuba se encuentra al norte de Tokio, en las cercanías del río Sakura-gawa y del lago de Kasumigaura, el segundo lago de agua dulce más grande de Japón. Pese a que existe abasto de agua potable para la población, las crecidas de los ríos y las inundaciones son recurrentes. Gran parte de los cauces han sido canalizados entre paredes de concreto y en otros hay problemas de basura. Pequeños riachuelos cantan en los montes cercanos, entre ellos está el Mina-no-gawa, el río del hombre y la mujer, cauce que ha sido poetizado desde hace mil años.

Campo de Hanabatake. Tsukuba tras la lluvia © Yaxkin Melchy Ramos-Yupari

Declaración de artista

Este poema fue escrito como una práctica de meditación y danza de taikyokuken (también conocido como t´ai chi chuan) en el Vivero de Coyoacán, al sur de la Ciudad de México y terminó de escribirse cuando el autor vivía en Japón. Pese al desplazamiento, el poema se encuentra unido geográfica y espiritualmente por el mismo río del firmamento, el Hatun Mayu o Vía Láctea. Vía láctea es su nombre astronómico para Occidente y Hatun Mayu es su nombre para el corazón indio. Tomando conciencia de que soy un poeta hijo de migrantes andinos y de científicos, que ya no habla el quechua cerreño de sus abuelas, mi poética indaga en el corazón indio como un corazón ecológico que puede comunicarse y resonar en el Oriente de Asia. Al río celeste de la vida se le llama Hatun Mayu en los andes y Ama-no-gawa en las islas japonesas. El corazón que se sensibiliza en la contemplación y agradecimiento es capaz de recordar la vida que impregna a las aguas del cielo y la tierra y reconectar con el origen del canto dulce (el de mis abuelas que acarreaban agua del puquio). Con ese canto se pueden sanar las aguas negras del corazón, para recuperar el oído y la voz que dialoga con los territorios. Donde sea que el ser humano se encuentre puede renacer el diálogo que no se borra.

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